La Videncia Natural
Vivimos con prisa. Todo el tiempo. Y en medio de ese ritmo acelerado, dejamos de mirar lo que ocurre a nuestro alrededor. Pasamos junto a árboles, escuchamos el ruido del viento, vemos pasar la luz… pero no lo registramos.
La videncia natural no es un don extraño. Tampoco algo reservado a unos pocos. Es simplemente la capacidad de estar presente y observar. De ver de verdad. Sin filtros. Sin distracciones.
No hace falta irse a una montaña ni practicar técnicas complejas. Solo hay que parar. Respirar. Y mirar. Al hacerlo, todo empieza a cobrar sentido. Un sonido, un gesto, una sombra se convierten en parte de una historia más grande.
Cuando practicas la videncia natural, percibes lo que antes ignorabas. El canto de un pájaro lejano. El olor de la tierra tras la lluvia. La forma en que cambia la luz al final de la tarde. El mundo no es distinto. El que ha cambiado eres tú.
Esta forma de ver también la practican los científicos. Observan. Toman notas. Buscan comprender cómo funciona la vida. Cómo se mueve un animal. Cómo florece una planta. No buscan predecir el futuro, sino entender lo que ya está.
Los artistas también lo hacen. Miran con otra sensibilidad. Ven lo que otros no ven. Una nube, una rama caída, una sombra proyectada. Y a partir de eso, crean. Porque ver con atención despierta el deseo de expresar.
Tú también puedes hacerlo. Estés donde estés. Basta con detenerte un momento y estar presente. Sin buscar nada. Sin hacer nada. Solo estar. Y entonces todo cambia. Lo externo se vuelve cercano. Lo cotidiano, sagrado.
La videncia natural transforma la relación que tienes con el mundo. Te lleva a querer cuidarlo. Porque lo que se ve, se valora. Y lo que se valora, se protege.
Quizá por eso recuperar esta mirada sea más necesario que nunca. No como moda, ni como hábito, sino como forma de vida. De volver a ver. De volver a estar.