La sanación a través del Reiki: un respiro cuando todo pesa
Hay días en los que uno se siente como si llevara piedras en el pecho. Todo agota. El cuerpo responde lento, la mente va deprisa y la ansiedad, esa vieja conocida, aparece sin avisar. En esos momentos, más que respuestas, buscamos alivio. Una tregua. Algo —lo que sea— que devuelva un poco de equilibrio.
Así llegué yo a conocer la sanación a través del Reiki. No fue por convicción. Fue por cansancio. Por necesidad.
¿Reiki? Eso suena raro… pensé
La primera vez que escuché la palabra Reiki, no sabía ni cómo se escribía. Me sonaba a algo lejano, místico, casi esotérico. Y la verdad, yo no era precisamente una persona de “energías” ni de terapias alternativas.
Pero el cansancio te abre. Así que investigué. Y lo que encontré me sorprendió. El Reiki es una técnica japonesa muy sencilla, basada en algo que todos tenemos: energía vital. Cuando esa energía se bloquea —por estrés, por tristeza, por miedo— lo sentimos. Nos apagamos.
Lo que hace el Reiki es justamente eso: ayudar a que esa energía vuelva a fluir.
Una experiencia que se siente, aunque no se vea
Recuerdo mi primera sesión como si fuera hoy. Me tumbé, cerré los ojos y dejé que pasara. No había velas. Ni música zen. Solo silencio y una persona con las manos suaves, sin apenas tocarme.
Y sin embargo… algo se movió.
No fue espectacular. No vi luces ni tuve visiones. Pero salí de ahí con una extraña ligereza. Como si por dentro algo se hubiera acomodado. Como si, después de mucho tiempo, hubiera espacio para respirar.
La sanación a través del Reiki no exige fe
Lo que más me gustó fue eso: no hay que creer en nada. No necesitas tener conocimientos previos, ni seguir rituales, ni cambiar tu forma de pensar. Solo estar abierto. Parar un momento. Respirar. Permitir.
Cualquiera puede recibir Reiki. No importa tu edad, tu situación, ni lo que estés atravesando. No duele. No incomoda. Solo ayuda a soltar lo que ya no hace falta. Por dentro.
Más que técnica, presencia
El Reiki no cura como una medicina. Pero acompaña. Libera tensiones que no sabías que cargabas. Y a veces, solo eso ya transforma.
Lo más potente es su sencillez. Es una sanación silenciosa, casi imperceptible, pero muy real. Como el momento exacto en que una lluvia ligera limpia el aire sin hacer ruido.