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Leer los posos: una tradición que sigue viva

¿De dónde viene esta costumbre?

El hábito de leer los posos se remonta muy atrás. En algunos textos chinos se habla de hojas de té interpretadas como presagios. En Oriente Medio, el café se convirtió en protagonista; allí, después de la última gota, alguien giraba la taza y buscaba formas en el fondo. Europa lo adoptó más tarde, en el XVII, cuando las tertulias en cafés de Viena o París se pusieron de moda.

No era un juego cualquiera. Se mezclaba curiosidad, conversación y hasta un poco de suspense: todos querían ver qué salía en la taza del vecino.

Tipos de posos que se pueden leer

Café: los más extendidos. Se bebe, se coloca el plato sobre la taza, se da la vuelta y se deja escurrir.

Té: las hojas dejan figuras más suaves, como líneas que parecen caminos o ríos.

Vino: menos frecuente, aunque en pueblos mediterráneos todavía se comenta el poso que queda al fondo de la copa.

Cada bebida crea un “mapa” distinto; no es lo mismo interpretar un grano de café que una hoja de té, ni una mancha de vino.

Cómo se leen los posos

En el café, se buscan formas reconocibles: una serpiente, un corazón, un pájaro. Cada símbolo tiene un sentido que cambia según la tradición local.
El té, en cambio, se presta a lecturas más amplias. A veces las hojas no dibujan nada claro, y justo ahí está lo interesante: se interpreta la dirección, el movimiento, incluso el espacio vacío.
El vino añade un matiz curioso: el color y la densidad. Un poso oscuro y espeso se asocia a momentos intensos; una mancha ligera, a calma o a un paréntesis en la rutina.

Factores a considerar

No todo es “qué figura aparece”. Importa también dónde. Cerca del borde de la taza, el mensaje suele referirse a algo próximo; en el centro, a situaciones más lejanas. La nitidez de la mancha influye igualmente: cuanto más clara, más directa la interpretación.

Y, por supuesto, la práctica hace mucho. Alguien con experiencia ve matices que a otro se le escapan.

Una tradición que se resiste a desaparecer

Leer los posos sigue siendo una práctica habitual en muchos rincones del mundo. En Estambul, aún hoy, algunos cafés ofrecen la lectura de posos como parte del servicio. En España, a veces surge entre amigos tras un café largo de sobremesa. No siempre se toma en serio, pero el gesto de girar la taza y esperar lo que salga mantiene viva la costumbre.

Quizá ahí está su encanto: en un mundo acelerado, leer los posos obliga a detenerse, a mirar despacio una mancha y a dejar que la imaginación haga el resto. Al final no va de querer ver que vemos, para saber que nos depara, y sacar conversación a lo que queda en el fondo de la taza.